Litang está a más de 4000 metros sobre el nivel del mar. Caminar por sus polvorientas calles te deja sin aliento, no solo por lo difícil que resulta respirar a esa altitud sino también por lo sorprendente de este pueblo tibetano que parece salido del farwest.
En Litang, las vacas campan a sus anchas por las calles, entre rancheras y motos. Sus habitantes, ataviados con camperas, lucen largas melenas y sombreros y llevan en las manos rosarios o molinillos de oración. Los monjes del gran templo budista de Litang son amables y muy sonrientes y no dudan en invitarte a comer con ellos.
Litang está rodeado de verdes y redondeadas colinas y de esbeltos picos altísimos. En el manto verde de esas colinas y cerca, muy cerca del azul del cielo, se celebran los entierros celestiales tibetanos. Unos rituales que sin duda no dejan indiferente a los visitantes que se atreven a acercarse a uno de ellos.
En Litang falta el aire, pero cuando aprendes a respirar en ese diminuto enclave, a disfrutar de sus paisajes, de sus gentes, de su ritmo de vida, no quieres irte.